RAFAEL POCHLas emociones que rodean a la aparición de "Democracia real, ya", contrastan con el tamaño, aun pequeño, de la iniciativa, pero dicen mucho sobre la fuerte demanda sicológica que había en la sociedad. Hacía mucho tiempo que mucha gente asistía, pasiva e impotente, al atraco perfecto con el que se está saldando la quiebra neoliberal. Era consciente de que su propia pasividad inicial hacía posible ese desenlace, lo que, junto con la kafkiana narrativa que los medios de comunicación ofrecen de todo el asunto, incrementaba la ansiedad, la indignación y la frustración. Ahora se respira. Lo primero es tomar aire. Lo segundo es pensar en clave internacional.
La iniciativa que acaba de arrancar en España sólo será efectiva si se internacionaliza. Las elecciones del domingo son una anécdota, al lado de la profunda reforma que se sugiere en la plaza. Todos los problemas apuntados se generaron en un contexto internacional. El ladrillo español, la corrupción inmobiliaria y la degradación política de España, no son más que modalidades de una enfermedad mucho más general. Así que la internacionalización es imprescindible para enderezar los propios problemas españoles. Todo lo que la actual iniciativa apunta; la falta de contenido de la actual democracia, la desigualdad e injusticia, la corrupción y su impunidad, el latrocinio especulador del sistema financiero, etc., etc., superan ampliamente el ámbito de la soberanía nacional, y no se pueden resolver sin una intervención internacional. La llamada "crisis del euro" de la que formamos parte, resultado de los desequilibrios internos entre países de la unión monetaria que han estallado por la quiebra del casino, sólo puede atajarse en su marco europeo.
Por eso, la refundación de Europa, derribando buena parte de lo que se levantó a la medida de las empresas y del negocio, y sustituyéndolo por una nueva arquitectura ciudadana, es una tarea ineludible. La crisis ha demostrado que la actual Europa "de los mercados" conduce al siglo XIX, convierte en rutina toda una serie de criminales "guerras lejanas", siempre humanitarias, y apunta hacia un mundo inviable. Esa Europa, simplemente, no vale la pena, a menos que se reinvente a la medida de los ciudadanos, es decir con relaciones menos injustas y menos agresivas, hacia dentro y hacia fuera.
Para internacionalizarse, el movimiento civil español debería comprender la situación específica de nuestro desarrollo socioeconómico; las servidumbres franquistas de nuestra transición, del corrupto ladrillo, del sistema bancario y de nuestro sistema de partidos, tan caudillista y poco democrático como la época en que se forjó, el esfuerzo contra la siempre necesaria revisión y actualización de nuestra historia… Libritos como el de José Manuel Naredo El modelo inmobiliario español y su culminación en el caso valenciano (Editorial Icaria), que relacionan muchos de esos aspectos, vienen muy a propósito.
Lo tercero es construir un puente generacional entre los actuales jóvenes, y los "jóvenes de antes", que participaron en cosas parecidas hace treinta o cuarenta años, los llamados "progres" del antifranquismo. Era una gente culturalmente muy franquista; sectaria, proclive a la violencia, muy ideologizada. Muchos de ellos han suspendido estrepitosamente en las instituciones, pero su impulso ético era claro y la experiencia de muchos otros puede inspirar. Los jóvenes de ahora son mucho más pragmáticos y menos sectarios que los de entonces, pero, seguramente, también tienen nuevos defectos. El diálogo y la interacción generacional no harán más que enriquecer. Para cambiar el país es deseable algo más que un "movimiento de jóvenes". Se necesita algo verdaderamente de toda la sociedad. Esa sociedad acostumbrada a ser espectadora, debe tomar la palabra y aprender a ejercer su legitimidad.
La legalidad -sino su espíritu, desde luego sí su aplicación práctica- suele ser un envoltorio que protege privilegios. Un recurso de los poderosos para mantener la situación en cintura. La impunidad que el robo y la estafa a gran escala tienen en esta crisis, han sido un buen ejemplo de ello. La situación creada por la crisis – la evidencia de la impunidad del robo a gran escala- es una invitación directa a la ilegalidad de la gente común. Sin embargo, quienes están protestando estos días demuestran un notable respeto a la ley. La legitimidad social ofrece ahora un amplio crédito en derecho a la contestación. Conjugar sin complejos ese derecho con una estricta no violencia, es fundamental.
La democracia actual se parece, mucho más de lo que pretende, al antiguo régimen anterior a la Revolución Francesa, en el que una pequeña minoría acaparaba el grueso del poder, la riqueza y los privilegios. Por eso, los defensores del orden vigente, injusto e insostenible, insisten en el carácter fundamentalmente perfecto, cerrado y definitivo del actual sistema. Su dogmatismo legal, en materia de utilización de espacios públicos, invasión de oficinas e infraestructuras vinculadas al abuso económico, etc., contrasta descaradamente con su indulgencia y/o justificación del atraco. Es así como la "democracia", un sistema por definición abierto a su enmienda permanente a cargo de la soberanía popular, va a ser utilizada y mencionada hasta la saciedad para impedir su más genuina expresión, lo que está, teóricamente, en el origen de todo el edificio: el poder de la ciudadanía.
Y para acabar: no hay que obsesionarse por lo que muchos definen como "ambigüedad", "falta de programa", "inconsistencia", de lo que está surgiendo. El ingenio, la imaginación y la inventiva de la gente que pone en común sus ideas y propósitos, es sorprendente en estas situaciones. El potencial del ciudadano que en lugar de consumir telebasura y medios de comunicación se pone a discutir con sus semejantes sobre los problemas comunes, es extraordinario. Todo se andará. Bienvenidos a la Internacional.
Rafael Poch, amigo y colaborador ocasional de SinPermiso, es el corresponsal en Berlín del diario barcelonés La Vanguardia.Etiquetes de comentaris: 15M, democraciarealja