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FIODOR LUKÁNOV
(RIA Novosti)


Estos últimos días, por Europa y EEUU circulan rumores preocupantes de que Rusia regresa a Afganistán para participar en la operación militar contra los talibán junto con la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad en Afganistán (ISAF).

Aunque algunos lo ven como una provocación informativa (algo parecido ocurrió hace año y medio en periódicos polacos), parece más bien una manifestación del subconsciente colectivo.
La situación en Afganistán es tan desagradable que, por una  parte, se quiere asociar al período de la intervención militar soviética en ese país y, por la otra, inevitablemente da ganas de endosar la responsabilidad de lo que ocurre a alguien más.

Pero dejemos de un lado el revanchismo. Tenemos que buscar un nuevo formato de cooperación entre Rusia y EEUU (está claro que los demás miembros de la coalición tienen una función secundaria) en Afganistán.0

En el orden del día no figura una intervención militar directa de Rusia en Afganistán. Es poco probable que aparezca alguna razón de peso que pueda persuadir a Moscú a meterse en una guerra que ya está perdida, sobre todo ahora, cuando  la derrota parece inevitable.

Aunque se puede plantear el argumento de que la OTAN en Afganistán cumple un  trabajo que dejó pendiente Rusia, en la situación actual esa tesis no es muy convincente porque EEUU y la OTAN invadieron Afganistán persiguiendo sus propios objetivos y no por culpa de Rusia.

Nuevos riesgos para Rusia

Es evidente que la retirada de las tropas de la OTAN de Afganistán supone nuevos riesgos para Rusia, debido a su cercanía y también a que la situación en ese país asiático es absolutamente impredecible.

No cabe la menor duda que la cooperación entre Rusia y la OTAN en Afganistán es muy importante. Pero esa cooperación no tiene nada que ver con la componente militar (es suficiente con el tránsito de tropas de la OTAN por su territorio). Lo que se plantea en estos momentos es la perspectiva de cooperación entre Rusia y Occidente en Afganistán después de la OTAN abandone ese turbulento país.

Al respecto, Washington no tiene ningún plan concreto. La dimisión del general MacChrystal, comandante en jefe de la ISAF, el  verano pasado, y las filtraciones  publicadas recientemente en el libro de Bob Woodward, demuestran que en la cúpula militar y política estadounidense no existe una postura común en cuanto a la estrategia y los objetivos de la operación antiterrorista en Afganistán.
A corto plazo, el objetivo primordial será diseñar un modelo de retirada que permita darla como un éxito o, al menos, disfrazar las evidencias de un fracaso total. La derrota en Afganistán afectará mucho la imagen de los EEUU y será fatal para la OTAN, porque para el bloque militar y político más poderoso de la historia significa el fracaso de su primera operación importante.

Una derrota evidente del bloque Atlántico tampoco es útil a Rusia, porque daría un impulso a las fuerzas radicales en todo Oriente Próximo y Medio. Y aunque es poco probable que los talibán, cuyos objetivos primordiales son defender su territorio y garantizar la dominación de la etnia pastún en Afganistán, estén muy interesados en propagar su influencia más al norte. Pero su presencia sirve de cobertura para todo tipo de grupos religiosos y étnicos que tienen intereses específicos en Asia Central.

En el período del 1996 al 2001, cuando las riendas del poder en Afganistán estuvieron en manos de los talibán, Kirguizistán, Tayikistán y Uzbekistán se encontraron bajo la presión constante de fuerzas  extremistas que estuvieron apoyadas desde el territorio afgano. Y en ese tiempo, las capacidades de Moscú para ayudar  a los gobiernos aliados eran muy limitadas.

Un “club de amigos” de Rusia

Hoy, la tarea clave para Rusia es el afianzamiento, o, más bien la creación a partir de cero de la Organización del Tratado de la Seguridad Colectiva (OTSC). Una alianza verdaderamente imprescindible, más aún, sólo esta organización puede garantizar la estabilidad en la región. Sin embargo, la entidad sólo existe en el papel, por ahora, la OTSC apenas representa un “club de amigos de Rusia”.

Porque cuanto surgió la necesidad de actuar, como, por ejemplo, en verano pasado en Kirguizistán, resultó que en la OTSC no estaba preparada, faltaban acuerdos y no habían los mecanismos políticos ni militares. Los aliados de Rusia en la OTSC se preocuparon más de no crear un precedente (la intervención de Rusia, por ejemplo) que pudiera ser empleado en contra de la organización en el futuro. Para colmo, Armenia y Bielorrusia declararon que no estaban  dispuestas en absoluto en participar en el afianzamiento de seguridad en Asia Central. El presidente bielorruso, Alexandr Lukashenko preguntó sinceramente: ¿y qué necesidad tenemos de hacerlo?

Sin una OTSC real y no virtual, Rusia no puede aspirar al liderazgo y al diálogo equitativo con Washington sobre las cuestiones regionales cruciales en Asia Central. A Moscú le molesta que la OTAN y EEUU no tengan prisa en reconocer la OTSC como socio, pero es que Rusia todavía no es capaz de mostrar a Occidente la eficacia de su organización.

La presencia militar de EEUU

Si la idoneidad y eficacia de la organización fueran evidentes, es posible que la OTAN optaría por la cooperación sobre todo en momentos cuando la situación en Afganistán está al borde del colapso.
Otro tema a debatir con EEUU es la presencia de los militares estadounidenses en Asia Central después de que abandonen Afganistán. Es muy probable que EEUU intente mantener de alguna su presencia en esa zona, dada la importancia estratégica de la región. Además, el futuro de Afganistán es muy incierto.

Hace cinco años, la Organización de Cooperación de Shanghái planteó a Washington determinar los plazos sobre la presencia de sus bases militares en algunas repúblicas centroasiáticas,  destinadas a prestar apoyo logístico a la operación bélica afgana.

Pero desde entonces ha cambiado el contexto. EEUU han perdido su pasión por difundir la democracia en esa zona al aparecer otros problemas. Oriente Próximo se hizo más peligroso, en parte por el fracaso de la política estadounidense en esa dirección. Además, Pekín se comporta de manera más segura, lo que preocupa no sólo los EEUU, sino también a otros países vecinos de China.

En estas condiciones, Moscú debería entablar un diálogo con Washington sobre las posibilidades y formatos de su presencia militar en Asia Central. Y es importante que lo haga ahora, sin esperar a que EEUU y la OTAN tengan que resolver el problema urgentemente y empujados a adoptar acciones impulsivas.

Los acontecimientos ocurridos en Kirguizistán en primavera-verano del 2010 demostraron que la psicología de juego de suma cero se supera, cuando es evidente que no habrá ganador. Competir por quién puede colocar más bases militares en Kirguizistán no tiene sentido, especialmente cuando Kirguizistán está a punto de desintegrarse. Esta experiencia también puede resultar útil para algunos de los países vecinos.

Si el echar a uno de los rivales puede distraer la atención de problemas existentes, la presencia de dos potencias a la vez da un efecto estabilizador y deja espacio para maniobras en el caso de crisis.

Los llamamientos a lucha conjunta contra el terrorismo internacional han perdido su vigor, se han desgastado. Además, tampoco parecían sinceros desde el principio. Pero Afganistán se ha convertido en un foco regional de peligro e inestabilidad, cuyas chispas se propagan por todos lados. Y una respuesta a largo plazo, si puede haber alguna, requiere esfuerzos coordinados de todas las partes involucradas: Rusia, China, la India, Irán, países vecinos menos grandes y EEUU.

La nueva correlación de fuerzas en el mundo obliga a Rusia a cambiar de rumbo

* Fiodor Lukiánov, es director de la revista “Rusia en la política global”, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.

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