MIQUEL ÀNGEL SÒRIA
José Emilio Pacheco, estaves fora del país quan el terratrèmol va
destruir la ciutat de Mèxic. Era el setembre de 1985 i vas trigar tres
dies en tornar perquè les comunicacions no eren fàcils. La destrossa
era impressionant. Volies ajudar els teus amics que, coneixent-te,
eren tots els habitants de la teva ciutat. L'experiència la vas deixar
escrita en uns quants poemes.
(...)
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Las fotos más terribles de la catástrofe
no son fotos de muertos. Hemos visto
ya demasiadas. Éste es el siglo
de los muertos. Nunca hubo tantos
muertos sobre la tierra. ¿Qué es un periódico
sino un recuento de muertos
y objetos de consumo para gastar
la vida y el dinero y ocultarnos tras ellos
contra la omnipotencia de la muerte?
No: las fotos más atroces de la catástrofe
son esos cuadros en color donde aparecen muñecas
indiferentes o sonrientes, sin mengua, sin tacha,
entre las ruinas que aún oprimen
los cadáveres de sus dueñas, la frágil vida
de la carne que como hierba ya fue cortada.
Invulnerabilidad de los plásticos que en este caso
tuvieron nombre
y existencia de alguna forma.
Acompañaron, consolaron, representaron la dicha
de aquellas niñas que intolerablemente nacieron
para ver desplomarse su futuro
en el fragor de este fin de mundo.
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Hay que cerrar los ojos de los muertos
porque vieron la muerte y nuestros ojos
no resisten esa visión.
Al contemplarnos
en esos ojos que nos miran sin vernos
brota en el fondo nuestra propia muerte.
(...)
I ara ets tu el que ens deixes i "brota al fons la nostra pròpia
mort", perquè la vida sense tu es fa una mica més feixuga. És clar que
ens quedarà el consol de la teva lletra, i la teva mort no haurà estat
res més que un mal somni.
LOS VERSOS DE LA CALLE
Hay demasiados versos en el mundo. Como el canalla que engendra y
abandona, echo a andar otro atajo aunque nadie lo exija ni lo espere.
Los veo formarse indefensos y salir en busca de alguien que los
resguarde. La inmensa mayoría les da la espalda. Cuando ellos se
acercan las personas desvían la mirada y hacen como si los versos no
existieran.
En su desamparo los versos se drogan aspirando la Nada y se
quedan inertes en la esquina. Algunos se dan valor para entrar en
lugares públicos. Tampoco allí los toman en cuenta y el personal los
expulsa de mala manera.
Entonces suben a los vagones del Metro e intentan pregonar
su mercancía entre la hostilidad, el desprecio o cuando menos la
indiferencia de los pasajeros. No les queda más remedio que entrar en
las casas cuando nadie los ve y tratar de abrirse camino en los ojos,
el oído y la mente de quienes no los han invitado.
Como no vivirte agradecido si tú los recoges por un instante
y los vuelves parte de tu voz interior, de tu respiración y el rítmico
fluir de tu sangre. Al menos por esta noche los versos de la calle,
los hijos de la inconsciencia y la intemperie, están a salvo. Mañana
quién sabe. Nuevas legiones atestarán las ciudades.