L’1 de novembre de 2014, el Partit dels i les Comunistes de Catalunya va acordar la seva dissolució com a partit polític i la cessió de tot el seu capital humà, polític i material a una nova organització unitària: Comunistes de Catalunya.
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Este artículo detalla el contexto político en el que ocurrieron las manifestaciones del movimiento 15-M en el Parque de la Ciutadella donde está ubicado el Parlament de Catalunya. Estos hechos fueron provocados por la propuesta presupuestaria del gobierno CiU que contiene los recortes más profundos de los servicios y transferencias del Estado del Bienestar, nunca vistos antes durante la época democrática. Tales propuestas, altamente impopulares, se hacen por un partido gobernante que obtuvo un apoyo electoral minoritario y en cuyo programa electoral no estaban incluidos tales recortes y cuyo candidato Artur Mas había negado repetidamente durante las campañas electorales que haría tales recortes. El artículo detalla también los hechos ocurridos en aquellas manifestaciones que corrigen muchas de las tergiversaciones que se han presentado en los mayores medios de información tanto públicos como privados.
Hace unos días, el 15 de junio, el Parlamento de Catalunya era convocado para aprobar los presupuestos propuestos por el gobierno CiU que contenían los recortes más sustanciales nunca vistos en aquel parlamento de los fondos destinados a los servicios públicos del Estado del Bienestar catalán, incluyendo sanidad, educación, servicios de ayuda a las personas con dependencia, a las escuelas de infancia, y a otros servicios y transferencias que juegan un papel fundamental en garantizar la calidad de vida y del bienestar social de las clases populares. Es más, tales presupuestos tendrán un impacto muy negativo en el empleo (destruyendo empleo público) y en el nivel de los salarios, reduciéndolos (no sólo entre los empleados públicos, sino también entre los trabajadores en general, pues el nivel de los salarios de los empleados públicos afecta a nivel de los empleados en el sector privado). Es más, tal presupuesto irá acompañado pronto de un proyecto de Ley, que elimina muchos derechos adquiridos y expandidos por el gobierno tripartito de izquierdas durante el periodo de su mandato 2003-2010 (el único periodo desde 1939 en que Catalunya estuvo gobernada por las izquierdas).
Estas medidas se están llevando a cabo por el partido gobernante CiU, una federación de dos partidos, uno liberal y otro cristiano demócrata, que comparten en este momento un ideario neoliberal (de sensibilidad nacionalista catalanista) con el apoyo del Partido Popular de Cataluña, un partido conservador-neoliberal (de sensibilidad nacionalista españolista). Ambos partidos tienen amplio apoyo por parte de la burguesía financiera y empresarial que, en la última reunión del Círculo de Economía, en Sitges, aprobó tales políticas de recortes y reformas que reducirán enormemente el gasto público social y los derechos laborales. En realidad, estos recortes y reducciones gozan de un amplio apoyo en los establishments financieros, económicos, políticos y mediáticos del país, presentándolos como necesarios para “recobrar la confianza de los mercados financieros”, la frase más utilizada en los mayores medios de comunicación en Catalunya, incluyendo los medios públicos de la Generalitat, tales como TV3 y Catalunya Ràdio, para justificar tales recortes. Un ejemplo de ello es que en sus tertulias raramente se incluyen voces críticas de esta sabiduría convencional, que planteen propuestas alternativas a tales recortes y reducciones (tales como incrementar los impuestos de las rentas superiores que se han beneficiado de los recortes de impuestos aprobados y/o apoyados por CiU y el PP). Y no ha habido ninguna voz discordante de estas políticas (que llaman) de austeridad dentro de tales establishments..
LA JUSTIFICACIÓN SUPUESTAMENTE DEMOCRÁTICA DE TALES RECORTES Y REDUCCIONES
El gobierno CiU de la Generalitat de Catalunya justifica estas políticas como resultado “del voto de la mayoría”, expresión utilizada por su Presidente en varias ocasiones, expresión que ha utilizado, incluso con mayor frecuencia, a partir de las elecciones municipales que, según las leyes electorales vigentes en Catalunya, dieron resultados muy favorables a tal partido. El argumento justificador de tales políticas, pues, ha sido que el gobierno tiene toda legitimidad democrática para implementar tales políticas.
En tal discurso, deliberadamente se oculta que CiU, en su programa electoral, nunca hizo referencia a estos recortes y reducciones. Es más, su candidato, el Sr. Artur Mas, ahora Presidente, repitió durante la campaña en múltiples ocasiones que no haría recortes en sanidad ni en educación, ni reduciría los derechos sociales. Lo mismo hizo, por cierto, el PP de Cataluña, que nunca incluyó tales recortes y reducciones en su programa.
A pesar de ello, el gobierno CiU (que había apoyado todos los recortes de impuestos realizados por los gobiernos Aznar y Zapatero) hizo tales recortes de gastos públicos sociales inmediatamente después de haber salido elegido, argumentando que había encontrado un déficit de las cuentas públicas de la Generalitat mucho mayor de lo que se esperaba. La rapidez con que hizo los recortes diluye, sin embargo, su credibilidad. Es más, sumando los votos a los partidos de izquierda en Catalunya (1.220.926, Tripartit) en las últimas elecciones municipales, éstos son mayores que los votantes de las derechas (1.141.597, CiU+PP). Si a estos números se suman los votos en blanco y la mayoría de la abstención (que las encuestas de sondeo de comportamiento electoral muestran que eran mayoritariamente de izquierdas) resulta que en las últimas elecciones municipales a las cuales el Presidente Mas ha hecho también referencia para justificar sus medidas, la mayoría del electorado (la población que votó más la que no votó pero podía votar), era de centroizquierda o izquierda. Añádase a ello que incluso entre un porcentaje minoritario, aunque elevado del electorado de los partidos de derecha, se opone a los recortes y a las reducciones, favoreciendo en cambio una expansión del estado del bienestar y unas políticas fiscales redistributivas.
Existe, pues, una amplia oposición a los recortes y reducciones en Catalunya, y por lo tanto, a las políticas públicas que se iban a aprobar en el Parlament Catalán por CiU con el apoyo del PP el día 15. Pero antes de analizar la respuesta del movimiento de los indignados, es importante comparar lo que está ocurriendo en Catalunya con lo que está ocurriendo en la Gran Bretaña.
COMPARANDO EL COMPORTAMIENTO DEL ESTABLISHMENT CATALÁN CON EL BRITÁNICO
Como he indicado en un párrafo anterior, existe en Catalunya un consenso en los establishments (que se traduce en su sabiduría convencional) promovida en los medios, de que no hay alternativas posibles a los recortes. En Gran Bretaña, el gobierno del partido conservador (que gobierna en coalición con el Partido Liberal) presidido por David Cameron, ha realizado recortes muy sustanciales del gasto publico social y también ha reducido los derechos laborales y sociales de las clases populares británicas, tal como está haciendo el Sr. Artur Mas en Catalunya. Otro punto de semejanza entre lo que ocurre en Gran Bretaña y en Catalunya es que tales recortes no estaban presentes en su programa electoral. Y, como el Sr. Mas, el Sr. Cameron también prometió durante la campaña electoral no hacer recortes. Y, también como al Sr. Mas, le faltó tiempo al Sr. Cameron para hacer los recortes tan pronto salió elegido, utilizando los mismos argumentos que utilizó el Sr. Mas.
Pues bien, figuras prominentes del establishment británico protestaron. Nada menos que la máxima autoridad de la Iglesia Anglicana, el Arzobispo de Canterbury, el Sr. Rowan Williams (tal iglesia es tan próxima al Partido conservador, que se la conoce como “el Partido conservador en sotana”), denunció tales recortes y reducciones denunciando que tal comportamiento era inmoral y antidemocrático, pues no tenía el mandato democrático para hacerlo” (Rowan Williams. “Leader: the governments need to know how afraid people are”. New Statesman. 09.06.11.
Ni que decir tiene que, mostrando la escasa cultura democrática del establishment catalán, ninguna voz se ha oído en Catalunya protestando por la inmoralidad y comportamiento profundamente anti-democrático de un gobierno que, inmediatamente después de ser elegido, hace lo contrario de lo que prometió.
LA ENORMEMENTE LIMITADA DEMOCRACIA CATALANA (Y ESPAÑOLA)
¿Qué es lo que la población puede hacer frente a un gobierno que hace lo opuesto a lo que se prometió, y a una mayoría parlamentaria que en nombre de la soberanía popular apoyaba políticas que son profundamente impopulares y que no tienen apoyo entre la mayoría de la población (y ello a pesar del mensaje promovido por los mayores medios de que no hay alternativa posible)? La respuesta deseada por el establishment es nada. Esperar hasta dentro de cuatro años y entonces votar por otros partidos. Esto es lo que se entiende por democracia y por soberanía popular. Es lógico, comprensible y sano para una democracia, que la población no lo acepte. Y de ahí las movilizaciones de los indignados del movimiento 15-M.
EL SALUDABLE EFECTO DEL MOVIMIENTO DE LOS INDIGNADOS
La propuesta de tal movimiento era rodear el Parlamento para protestar por lo que iba a ocurrir en aquella cámara. Un partido al cual apoyaba en las últimas elecciones municipales, realizadas sólo seis meses después de las últimas elecciones autonómicas, sólo el 14.7% del electorado iba a aprobar unas medidas que no estaban en su programa y con las que la mayoría de la población estaba en contra. Parte de la propuesta era dificultar (sin violencia y provisionalmente) la entrada de los parlamentarios. El gobierno y la Presidencia del Parlamento no intentaron negociar con los indignados tal movilización. Y el resultado se salió del plan aprobado por el movimiento 15-M, radicalizándolo. En lugar de provisional, se adoptó por la Asamblea que los parlamentarios no podrían entrar durante todo el día, con lo cual se dio paso a intervención policial. Es más, algunos elementos violentos y no representativos de los manifestantes, agredieron físicamente a parlamentarios, dando pie a una esperada y justa protesta que, sin embargo, se agrandó y amplificó por los medios de mayor difusión para desacreditarlos. En tales medios no se informó de que en realidad, en muchos casos, los indignados protegieron a los parlamentarios de los violentos.
Els matins de TV3, conducido por Josep Cuní, el programa de mayor difusión en Catalunya por las mañanas, mostraba el grado de apoyo popular a los indignados en la mañana de los hechos. La gran mayoría los apoyaba en su protesta. En la medida que los tertulianos y comentaristas iban deliberando y, erróneamente, presentando a los indignados como los violentos, el apoyo desapareció. El programa había conseguido lo que quería. Este programa, que nunca ha definido como antidemocrático el comportamiento del gobierno Mas, ahora definía como antidemocrático el movimiento 15-M, utilizando el término indignados para referirse a los violentos. Y así la mayoría de los medios, ignorando y ocultado que el gobierno y el Parlament habían negado el derecho de reunión en el propio lugar, frente al Parlamento, tal como tenían derecho democrático.
Pero hay otro detalle que no se cita ni se reconoce y que debiera alarmar a todos los partidos con representación democrática en el Parlament de Catalunya y muy en especial a los partidos de izquierda. Gran número de los indignados no se sienten representados por los partidos actuales y, por lo tanto, no tienen la identificación con el Parlament que su propia legitimidad requeriría. De ahí que tales hechos debieran forzar un cambio muy sustancial para recoger las propuestas de regeneración democrática que tal movimiento está proponiendo. Ignorarlas significaría un enorme coste a la democracia, ya tan limitada, existente en Catalunya y en España. Lo que nuestro país requiere es una segunda transición de una democracia incompleta a una democracia real. La primera transición inmodélica se realizó en términos excesivamente favorables a las fuerzas conservadoras que controlaban los aparatos del estado, tanto en España como en Catalunya. Esta democracia incompleta está, de una manera creciente, mostrando sus enormes limitaciones. De ahí que una juventud más crítica y exigente, con el apoyo de todos los grupos etarios y sociales de las clases populares, esté protestando, y con toda la razón.
Artículo publicado por Vicenç Navarro en la revista digital SISTEMA, 16 de junio de 2011
OSCAR MARTÍNEZ És habitual entre part de l'esquerra -seguint en això, com en altres coses a la dreta- considerar que el poble, el demos, es troba en una situació d'immaduresa política, de minoria d'edat permanent. És habitual creure que el poble, la massa, no sap el que li convé, que no té clar el que vol i això la converteix en víctima propiciatòria de qualsevol tipus de demagògia, ja vingui aquesta de la dreta o de l'esquerra extremista.
Però el que estan demostrant aquests dies les multituds que s'arrepleguen al voltant d'un projecte polític en construcció des d'abaix és que s'han erigit en el subjecte de les frases, en el "nosaltres", per primer cop des de fa molts anys.
No estic d'acord amb la minusvaloració, per part d'algun dels meus companys, del que està succeïnt aquests dies a la pl. Catalunya i a la pl. del Sol, a Madrid. Crec que cometen un error d'apreciació i és considerar que la gent que està participant del i en el moviment té un sol perfil social i/o polític. Ni molt menys és així. La seva composició és molt heterogènia i inclassificable, raó per la qual atribuir-li una sola tendència política determinada és un gran error de visió per part seva.
He estat tots els dies a la plaça des de dimarts passat i l'he pogut apreciar amb els meus ulls, a més d'enregistrar-lo amb una càmera de vídeo. Us puc ensenyar les imatges, si voleu.
Jo crec que hauríem de veure -tal com fan els promotors inicials de la moguda, Democràcia Real Ja- que qui ha anat a fer política -la majoria per primer cop en la seva vida- a la plaça Catalunya és el demos -el poble treballador, que viu de les seves mans i el seu talent productiu- i intentar reduir-lo a una mena d' "il•luminats" sense dos dits de front, com fan alguns, és una simplificació que ratlla en lo paranoic.
No és tampoc un moviment teledirigit, com equivocadament diuen també alguns companys. És un moviment que no té un centre, sinó molts, tants com persones estan actuant al seu si. És un moviment que parteix de la perifèria cap al centre, i no a l'inrevès. S'alimenta de les aportacions que venen de molts indrets diferents. Per tant, ningú el pot dirigir des de fora (que és el que vol dir "teledirigir") perquè ningú pot influir en ell si no es troba a dins seu. Les assemblees temàtiques en les quals hom està debatint sobre pràcticament totes les qüestions que preocupen a l'esquerra (i dic l'esquerra, sí, perquè ni una sola idea de dretes ha aconseguit guanyar-se pas, ni tan sols s'ha arribat a plantejar en les discussions) demostren que el demos té moltes ganes de discutir i d'arribar a consensus que permetin començar a foradar el cul de sac en el qual es troben l'esquerra política i el moviment obrer des de fa dècades. La diferència respecte a les proposicions polítiques fetes fins ara per part d'aquests, és que es tracta d'un procés que parteix des de baix, que exigeix com a dues úniques condicions per poder començar a caminar: 1) fer taula rasa amb el passat (d'aquí les generalitzades expressions contràries als partits polítics i als sindicats tradicionals, vistos com eines inservibles -la qual cosa no vol dir que siguin "irrecuperables"- que han perdut fa temps les seves funcions inicials); i 2) el respecte. Respecte per l'altre, per aquell que no pensa exactament com jo, però que, en definitiva, acaba volent quelcom molt semblant al que vull jo. Això implica una altura de mires que ja m'agradaria veure en molts dirigents polítics de l'esquerra institucional (i no diré noms).
Només si el demos fa seva la idea del canvi, com a necessari, com a imprescindible i, sobretot, com a possible, es podrà començar a assolir aquest. És la meva humil opinió, és clar. I jo crec que el demos està fent seva aquesta idea, de la qual ens hauríem d'alegrar, i no prendre-ho a la lleugera, com fan alguns companys i companyes.
Per tant, no crec que sigui un moviment "ciutadanista", sense cap ideologia definida, com s'ha dit en alguns llocs, sinó un moviment d'aspirants a ciutadans amb drets polítics reals. Perquè qualsevol marxista sap que els drets polítics no s'obtenen sense drets econòmics. I justa la fusta: algunes de les deliberacions que jo he escoltat aquests dies van en aquesta direcció. La gent, en definitiva, s'està donant compte que això de la democràcia no és possible mentre continuï havent capitalisme. I no obstant, en comptes d'estar donant salts d'alegria per això ens dediquem a fer crítiques sense fonament a un moviment tant madur que ha arribat a aquesta conclusió pràcticament sense la nostra ajuda, per sí sol.
L'única cosa que puc afegir és que qui s'entesta en veure en això una espècie de "revolució de colors", "teledirigida pels mitjans de comunicació" és que no ha entès res. Democràcia vol dir: govern dels pobres, i així ho entenien els filòsofs defensors del govern oligàrquic, com Aristòtil o Plató (llegiu, si us plau, el llibre d'Antoni Domènech, "El eclipse de la fraternidad"). I són els "pobres" els que estan a la plaça de Catalunya reclamant allò que els pertany per dret. Abandonar el concepte democràcia en mans de la burgesia ha estat el més gran error que ha comès el marxisme (però no els pares del marxisme). Per tant, no tornem a caure en el mateix error un cop més.
L'altre error -i aquest el comet l'esquerra en general, llevat d'algunes excepcions, considerades per molts de forma calumniosa com "esquerranoses"- és considerar que democràcia és votar cada quatre anys a un conjunt de partits, on les decisions, en definitiva, no passen mai per la base i on el parlament resultant no té pes significatiu en la presa de decisions perquè aquestes es prenen en un altre lloc i per agents que no han estat elegits pel poble. Lluny de ser un sistema democràtic aquest, és un sistema oligàrquic disfressat de democràtic.
I en quant a la peregrina afirmació de que Marx i Engels menyspreaven la democràcia, reduint el seu concepte al concepte pervertit de "democràcia burgesa",no puc estar més en desacord. En primer lloc, al Manifest Comunista, Marx i Engels diuen la següent frase: "Ya hemos dicho, que el primer paso de la revolución obrera, será el ascenso del proletariado al poder, la conquista de la democracia". On es pot veure, doncs, que Marx i Engels considerin la democràcia com "una cosa sense valor", com afirmen alguns, si per als pares del marxisme la revolució obrera consisteix en la conquesta de la mateixa per part de la classe obrera (és a dir la consecució d'una veritable democràcia)?
No per casualitat, els primers partits marxistes que apareixen a la història, en vida de Marx i Engels, es diuen "social-democràtes", definició que mai va ser contestada per ells.
I en segon lloc, si llegiu "La guerra civil en Francia", on Marx i Engels analitzen el significat polític que ha de tindre per als marxistes l'ofegada en sang Comuna de París, aquests expressen amb total claredat el que ells entenen per "democràcia":
"En el breve esbozo de organización nacional que la Comuna no tuvo tiempo de desarrollar, se dice claramente que la Comuna habría de ser la forma política que revistiese hasta la aldea más pequeña del país y que en los distritos rurales el ejército permanente habría de ser remplazado por una milicia popular, con un plazo de servicio extraordinariamente corto. Las comunas rurales de cada distrito administrarían sus asuntos colectivos por medio de una asamblea de delegados en la capital del distrito correspondiente y estas asambleas, a su vez, enviarían diputados a la Asamblea Nacional de delegados de París, entendiéndose que todos los delegados serían revocables en todo momento y se hallarían obligados por el mandato imperativo (instrucciones) de sus electores. Las pocas, pero importantes funciones que aún quedarían para un Gobierno central no se suprimirían, como se ha dicho, falseando de intento la verdad, sino que serían desempeñadas por agentes comunales y, por tanto, estrictamente responsables. No se trataba de destruir la unidad de la nación, sino por el contrario, de organizarla mediante un régimen comunal, convirtiéndola en una realidad al destruir el poder del Estado, que pretendía ser la encarnación de aquella unidad, independiente y situado por encima de la nación misma, en cuyo cuerpo no era más que una excrecencia parasitaria. Mientras que los órganos puramente represivos del viejo poder estatal habían de ser amputados, sus funciones legítimas habían de ser arrancadas a una autoridad que usurpaba una posición preeminente sobre la sociedad misma, para restituirla a los servidores responsables de esta sociedad. En vez de decidir una vez cada tres o seis años qué miembros de la clase dominante han de representar y aplastar al pueblo en el parlamento, el sufragio universal habría de servir al pueblo organizado en comunas, como el sufragio individual sirve a los patronos que buscan obreros y administradores para sus negocios. Y es bien sabido que lo mismo las compañías que los particulares, cuando se trata de negocios saben generalmente colocar a cada hombre en el puesto que le corresponde y, si alguna vez se equivocan, reparan su error con presteza. Por otra parte, nada podía ser más ajeno al espíritu de la Comuna que sustituir el sufragio universal por una investidura jerárquica."
Del que és tracta, doncs, és de començar a posar en marxa des de baix (no es pot fer d'una altra manera) un procés constituent que permeti recuperar al demos la seva sobirania perduda. Això passa, obligatòriament, per fer que els seus delegats no tornin mai més a deixar de ser això: "servidores responsables de esta sociedad", com deia el venerable Karl Marx.
En realitat, és un vell projecte que té molts segles d'antiguitat. L'única cosa que hem de fer és recollir el testimoni de les lluites passades.
MANUEL DELGADOLas personas que coordinan las actividades en la acampada del movimiento 15M en la Plaça de Catalunya de Barcelona me invitaron ayer por la mañana a hacer una intervención en la plaza Tahrir, uno de los puntos de encuentro en los que el espacio ocupado ha sido organizado, siguiendo el plano que aparece en la fotografía que acompaña la entrada, tomada de http://www.btvnoticies.cat/. Este fue el texto que empleé como base de lo que expuse públicamente y de la discusión que se suscitó después sobre las perspectivas que debe enfrentar la protesta si no quiere desvanecerse a medida que su protagonismo mediático vaya decayendo.
Todo el mundo parece interesado en esclarecer qué tipo de fenómeno se está produciendo estos días en las ciudades españolas, en plazas como estas, en las que personas como nosotros expresamos nuestro descontento ante la situación que padecemos. Me gustaría profundamente decir y creer que estamos ante un movimiento cuya característica principal, y la fuente de la inquietud que parece generar, tiene que ver con la dificultad a la hora de someterlo a una tipificación clara, resultado de su renuncia a los principios de identidad e identificación propios de un sistema que exige que sus interlocutores se presenten siempre como instancias orgánicas inconfundibles con las que se posible negociar. Un poco, si se me permite, a la manera de aquella canción de La Polla Records que seguro que muchos conocéis: “¡No somos nada! / ¡No somos nada! / Quieres identificarnos, tienes un problema”. Pero eso es lo que me gustaría pensar y decir, pero no estoy seguro de poder hacerlo sin sentir que estoy haciéndoos una concesión injusta, cuyo objetivo sería sólo el de obtener vuestro aplauso.
En realidad, lo que pienso –y temo– es que esta movilización se pueda homologar como un episodio más de lo que podríamos llamar el movimientismo ciudadanista. El ciudadanismo es la ideología que ha venido a administrar y atemperar los restos del izquierdismo de clase media, pero también de buena parte de lo que ha sobrevivido del movimiento obrero. El ciudadanismo se concreta en un conjunto de movimientos de reforma ética del capitalismo, que aspiran a aliviar sus efectos mediante una agudización de los valores democráticos abstractos y un aumento en las competencias estatales que la hagan posible, entendiendo de algún modo que la explotación, la exclusión y el abuso no son factores estructurantes, sino meros accidentes o contingencias de un sistema de dominación al que se cree posible mejorar moralmente. El ciudadanismo no impugna el capitalismo, sino sus “excesos” y su carencia de escrúpulos.
El ciudadanismo suele concretarse en movilizaciones masivas destinadas a denunciar determinadas situaciones consideradas injustas, pero sobre todo inmorales, y lo hace proponiendo estructuras de acción y organización lábiles, basadas en sentimientos colectivos mucho más que en ideas, con un énfasis especial en la dimensión performativa y con frecuencia “artística” o festiva. Prescindiendo de cualquier referencia a la clase social como criterio clasificatorio, remite en todo momento a un difusa ecumene de individuos a los que unen no sus intereses, sino sus juicios morales de condena o aprobación.
Los movimientos sociales ciudadanistas no dejan de ser revitalizaciones del viejo humanismo subjetivista, pero aportan como relativa novedad su predilección un circunstancialismo militante, ejercido por individuos o colectivos que se reúnen y actúan al servicio de causas muy concretas, en momentos puntuales y en escenarios específicos, renunciando a toda organicidad o estructuración duraderas, a toda adscripción doctrinal clara y a cualquier cosa que se parezca a un proyecto de transformación o emancipación social que vaya más allá de un vitalismo más bien borroso, acuerdo de heterogeneidades inconmensurables que, no obstante, asumen articulaciones cooperativas momentáneas en aras a la consecución de objetivos compartidos.
Esas formas de movilización prefieren modalidades no convencionales y espontáneas de activismo, protagonizadas por individuos conscientes y motivados, pero desafiliados, que viven la ilusión de que han podido escapar por unos momentos de sus raíces estructurales, desvinculados de las instituciones, que renuncian o reniegan de cualquier cosa que se parezca a un encuadramiento organizativo o doctrinal, que proceden y regresan luego a una especie de nada aestructuda y que se prestan por unos días u horas como elementos primarios de uniones volátiles, pero potentes, basadas en una mezcla efervescente de emoción, impaciencia y convicción, sin banderas, sin himnos, sin líderes, sin centro, movilizaciones alternativas sin alternativas que se fundan en principios abstractos de índole esencialmente moral y para las que la conceptualización de lo colectivo es complicada, cuando no imposible.
No sé si será casual que una de las figuras predilectas para ese individualismo comunitarista o de ese comunitarismo individualista, basado en la sintonía sobrevenida entre sujetos, sea la de la red. Entonces uno piensa en las virtudes de internet y las formas de sociabilidad que propicia, paradigma de relación reticular, paraíso donde se ha podido hacer palpable por fin la utopía de una sociedad de individuos desanclados y sin cuerpo, en un universo de instantaneidades, una solidaridad empática basada en el diálogo y el acuerdo sincrónico entre personas individuales con un alto nivel de exigencia ética consigo mismas y con el mundo.
Entre otros efectos, este tipo de concepciones de la acción política al margen de la política se traduce en la institucionalización de la asamblea como instrumento por antonomasia de y para los acuerdos entre individuos que no aceptan ser representados por nada ni por nadie. Esta forma radical de parlamentarismo se conforma como órgano inorgánico cuyos componentes se pasan el tiempo negociando y discutiendo entre sí, pero que tienen graves dificultades con negociar o discutir con cualquier instancia exterior, porque en realidad no tienen nada que ofrecer que no sea su autenticidad comunitaria y que es más intralocutora que interlocutora.
El activismo de este tipo de movimientos se expresa de modo análogo: generación de pequeñas o grandes burbujas de lucidez e impaciencia colectivas, que operan como espasmos en relación y contra determinadas circunstancias consideradas inaceptables, iniciativas de apropiación del espacio público que pueden ser especialmente espectaculares, que ponen el acento en la creatividad y que toman prestados elementos procedentes de la fiesta popular o de la performance artística. Se trata, por tanto, de movilizaciones derivadas de campañas específicas, para las que pueden establecerse mecanismos e instancias de coordinación provisionales que se desactivan después..., hasta la próxima oportunidad en la que nuevas coordenadas y asuntos las vuelvan a generar poco menos que de la nada. Cada oportunidad movilizadora instaura así una verdad comunicacional intensamente vivida, una exaltación en la pesadilla de las relaciones de producción, las dependencias familiares o de los servilismos estructurales que conforman nuestra realidad se han desvanecido por unos momentos o incluso días.
Se genera así, durante el lapso en que la movilización se producem una especie de refugio en que vivir una emancipación en última instancia ilusoria de la gravitación de las clases y los enclasamientos, una victoria momentánea de la realidad como construcción interpersonal sobre lo real como experiencia objetiva del mundo. Lo que intenté en mi intervención es advertir del peligro de que, en efecto, la gran movilización en marcha estos días devenga un ejemplo de este tipo de grandes convulsiones colectivas inspiradas y orientadas por lo que en la práctica puede ser una mera crítica ética del orden económico y político que padecemos, estructurado vagamente en torno a una no menos vaga denuncia de una entidad abstracta, casi metafísica, que es “el sistema”. En Barcelona hemos conocido varios ejemplos de este tipo de movilización tan potente como efímera, que se han desvanecido en la nada en cuanto los medios de comunicación han dejado de atender el colorista espectáculo que deparaban. Desde luego el movimiento contra la guerra de Irak en el 2003 sería un paradigma de ello, pero también lo serían las movilizaciones estudiantiles contra el plan Bolonia en marzo de 2009, que alcanzaron puntas importantes de dramatismo social, pero que, al cabo de unas semanas de su algidez en el desalojo del rectorado de la Universitat de Barcelona, se extinguieron sin dejar tras de sí otra cosa que un vacio y una inanidad de la que todavía somos víctimas en las universidades catalanas.
Así pues se plantea como urgente la cuestión de qué hacer cuanto la intensidad de la emoción colectiva que nos reúne ahora y aquí se vaya amortiguando y cuando –y no quepa duda de que esto ocurrirá dentro de unos días– los medios de comunicación dejen de considerarnos “interesantes” y los políticos de expresar una cierta simpatía y comprensión ante el malestar que nos congrega esta mañana aquí. Es la discusión política y la imaginación colectiva a las que, estos días y en esta y otras plazas, les corresponde concebir y organizar un camino que convierta este escándalo ante lo real en energía histórica.