MIQUEL ÀNGEL SÒRIAVictoriano Crémer (nascut el 18-12-1906) i Eugenio de Nora van crear, els llunyans anys 40, la revista Espadaña que es convertiria en la plataforma de la que hauria d’ésser considerada la poesia social espanyola. Una poesia que segons el nostre autor no té una altra funció que “comunicarse con los hombres”.
Ja han passat 64 anys i Victoriano Crémer encara escriu una columna diària al Diario de León i, amb El último jinete obté el XVIII Premio de Poesia Jaime Gil de Biedma. La seva poesia actual es manté testimoni dels anys transcorreguts des d’un franquisme virulent fins una realitat més propera –la que és conseqüència de la transició- igualment poc esperançadora i desencisada: “No. No es este el mundo / que nos fuera prometido / cuando contruíamos catedrales / para refugio de dioses / y desplegábamos al viento / versos de amor” (Fragment de ¿Dónde?).
En aquest últim volum de poesies publicat –Crémer confia en viure vint anys més per poder acabar d’escriure una història sobre la Guerra Civil- podem llegir el poema Hijos del trueno:
No pretendo engendrar un hijo / a través de la nieve o del juego ingenioso / de mezclar corderos con palomas /
y anunciar, aprovechando el paso de los trenes, / la venida del Espíritu Santo en forma de gendarme. //
Los hijos nunca llegan cuando son anunciados / por los pelícanos de la charca, ni se asoman / al dulce vientre de la madre advirtiendo: / “¡Cuidado, soy un tigre disfrazado de niño, / si no sois conmigo todo lo bueno que necesito / para ser un hijo entero y verdadero / acabaré con vosostros en la cama de los ángeles!”. // Porque un hijo del trueno no se rinde / porque le canten nanas los arroyos, / ni porque le enciendan las hogueras del trigo / para el pan nuestro de cada día. / Un hijo, hecho de ruidos y explosiones / se anuncia, poco a poco / alimentado de sangre y leche y apretando los puños / de la furia hasta que ya en la cima, convencido / de que nada le vale pronunciar su nombre / entre estrépitos mezclados con saliva, / quedará dormidito como un sauce caído sobre el río / que va a dar a la mar. / (¡A la mar los marineros / que es el morir bajo las aguas!) Sabía / cómo podía ser un niño bueno como todos, / pero no supo nunca cómo podía hacerlo / sin arrancar la cabellera de la madre.
Malgrat tot, deuen ser els anys acumulats els que et fan escriure al final del poema Año dos mil ocho: “Dos mil ocho tentativas de vida / para aceptar al final / el ruido de la sonajería / de turbas disfrazadas / de pueblo”.
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